Homenaje a José Saramago

En el XXXVII Concurso de Cuento y Poesía de Vicálvaro

L. M. Busto

Este fue el homenaje que, desde la Asociación Vecinal de Vicálvaro, rendimos a José Saramago, durante el acto de entrega de los premios del XXXVII Concurso de Cuento y Poesía de Vicálvaro

Bienvenidos a la 37ª Edición del Concurso de Cuento y Poesía que organiza la Asociación Vecinal de Vicálvaro.

Tras dos años en los que la pandemia ha imposibilitado realizar este acto cultural, volvemos a convocar a escritores de todas las edades para revitalizar este evento que, sin duda, es el más importante en el Distrito de Vicálvaro.

Este año queremos recordar en nuestro concurso a José Saramago en el aniversario número 100 de su nacimiento, en un pequeño pueblo de Portugal, de familia humilde, trabajadora. Desde la Asociación Vecinal de Vicálvaro no dejaremos de recordar a nuestros novelistas, a nuestros poetas, a los que llevaron la voz popular a todos los rincones, a quienes formaron parte de nuestra clase social, la clase trabajadora.

Para ello, hoy os traigo dos textos: un cuento para los niños y una reflexión para los adultos. El primero dice así.

Anoche hice un viaje a Marte. Pasé allí diez años (si la noche dura en los polos seis meses, no sé por qué no ha de caber diez años en una noche marciana) y tomé muchas notas sobre la vida que allí llevan. Me comprometí a no divulgar los secretos de los marcianos, pero voy a faltar a mi palabra. Soy hombre y deseo contribuir, en la medida de mis fuerzas, al progreso de la humanidad a la que me enorgullezco de pertenecer. Si los marcianos me vienen a pedir cuentas, no sé cuántos millones de hombres y mujeres que hay en la Tierra se apresten, todos, en mi defensa.

En Marte, por ejemplo, cada marciano es responsable de todos los marcianos. No estoy seguro de haber entendido bien qué quiere decir esto, pero mientras estuve allí (y fueron diez años, repito) nunca vi que un marciano se encogiera de hombros. (He de aclarar que los marcianos no tienen hombros, pero seguro que el lector me entiende).

Otra cosa que me gustó en Marte es que no hay guerras. Nunca las hubo. No sé cómo se las arreglan y tampoco ellos supieron explicármelo; quizá porque yo no fui capaz de aclararles qué es una guerra, según los patrones de la Tierra. Hasta cuando les mostré dos animales salvajes luchando (también los hay en Marte), con grandes rugidos y dentelladas siguieron sin entenderlo. A todas mis tentativas de explicación por analogía, respondían que los animales son animales y los marcianos son marcianos. Y desistí. Fue casi la única vez que dudé de la inteligencia de aquella gente.

…encontré la existencia de una escuela con diez profesores marcianos, en un sitio donde solo había un niño, también marciano, claro. No pude callar desde luego que me parecía un desperdicio que hubiera diez profesores para un alumno, pero ni así los convencí. Me respondieron que cada profesor enseñaba una asignatura diferente, y que la cosa era lógica.

En Marte, les impresionó saber que en la Tierra hay siete colores fundamentales de los que se pueden sacar millones de tonos. Allí solo hay dos: blanco y negro (con todas las gradaciones intermedias), y ellos sospecharon siempre que habría más. Me aseguraron que era lo único que les faltaba para ser completamente felices. Y aunque me hicieron jurar que no hablaría de lo que por allá vi, estoy seguro que cambiarían todos los secretos de Marte por el proceso de obtener un azul o un rojo.

Cuando salí de Marte, nadie vino a acompañarme a la puerta. Creo que, en el fondo, no nos hacen caso. Ven de lejos nuestro Planeta, pero están muy ocupados con sus propios asuntos. Es extraño, ¿no? Estoy seguro de que, si vienen aquí, esto no les va a gustar.

Como podéis comprobar se trata de un mensaje muy actual, en donde la guerra preside nuestras vidas y donde todo lo que suena a servicio público trata de desmantelarse.

Pero también hay algo para los adultos que escribió Saramago:

“Hijo es un ser que el Destino nos prestó para hacer un curso intensivo de cómo amar a alguien más que a nosotros mismos, de cómo cambiar nuestros peores defectos para darles los mejores ejemplos y de nosotros aprender a tener coraje.

Ser madre o padre es el mayor acto de coraje que alguien pueda tener, porque es exponerse a todo tipo de dolor, principalmente de la incertidumbre, de estar actuando correctamente y del miedo a perder algo tan amado.

¿Perder? ¿Cómo? ¿No es nuestro? Fue apenas un préstamo…”

Y con estas palabras de José Sousa, al que conocemos como Saramago, damos comienzo a la entrega de premios. Bienvenidos/as a la 37ª Edición del concurso de Cuento y Poesía organizado por la Asociación Vecinal de Vicálvaro.