Al inicio y durante el confinamiento del año pasado, una gran parte de la población nos vimos rodeados de enfermedad, desempleo laboral y/o problemas con las prestaciones sociales, pero también el gran miedo al hambre. En esta etapa de incertidumbre, los Bancos de Alimentos gestionados por entidades sin ánimo de lucro se encontraban desbordados y ante esa situación muchas vecinas y vecinos en los barrios más populares se organizaron para recolectar y proporcionar alimentos con iniciativas de despensas y otras formas de ayuda solidaria para aquellas personas que más lo necesitaban.
A fin de cuentas, la alimentación está relacionada con la Salud, con la prevención de enfermedades, la recuperación física y mental; en caso de niñas y niños en su desarrollo cognitivo y rendimiento académico; y la falta de estos alimentos se asocia con el poder adquisitivo de familias y la clase social en la que nos situamos. Las Despensas Solidarias ayudaron a combatir las desigualdades que se habían visto agravadas por la pandemia, y, en cierto modo, a luchar contra el coronavirus al poner al alcance de las familias que lo necesitaban los recursos básicos imprescindibles para subsistir, condición previa para tener salud.
La entrega de alimentos se tradujo en los cuidados que dábamos a aquellas personas que estaban en situación de vulnerabilidad. La organización colectiva desinteresada demostró el poder de la solidaridad y la responsabilidad vecinal llegó a donde las instituciones fueron incapaces de hacerlo.
Casi un año después del comienzo de la pandemia, ¿ha desaparecido la necesidad de la organización colectiva y de la solidaridad? Evidentemente, no. Todavía hay demasiadas personas entre nosotros en situación de desempleo, y, en consecuencia, hay familias que todavía tienen problemas a la hora de garantizar la comida a sus hijas e hijos. Esta situación nos recuerda, lamentablemente, las consecuencias de la crisis económica de 2008, cuando llegó a haber niñas y niños que solo comían pan con pan.
Por esas razones en el momento actual es imprescindible que nos mantengamos organizados para, en primer lugar, exigir a los gobiernos locales, en nuestro caso la Junta Municipal, que cambien sus prioridades. Es inconcebible que, en el actual contexto social, el presupuesto del Distrito para 2021 el programa de Familia e Infancia se vea recortado en más de un 9% mientras el gasto burocrático de dirección y gestión administrativa aumente en más de un 8% o que el señor concejal impida con su voto de calidad que se pueda constituir una Despensa Municipal de Alimentos rechazando en el Pleno una propuesta de la AVV. Destinando al menos parte del dinero no gastado en 2020, por la anulación de múltiples contratos y actividades, a cubrir la emergencia social que aún padecen muchas familias, se evitaría que ese dinero se pierda para el distrito terminando destinado al pago anticipado de la deuda a los bancos.
La solidaridad con quien más lo necesita debería empezar por las cuentas municipales ya que es quien dispone de más recursos para hacerla efectiva, pero mucho nos tememos que esta corporación no entiende ese lenguaje (Ver artículo de Presupuestos de la JMV 2021 en este mismo número). Por cierto, no se trata solo de asegurar el derecho a la alimentación, hay otros derechos básicos que no se están respetando en nuestro distrito, y nos gustaría escuchar alguna explicación de lo que ha hecho este concejal en los últimos tres meses para que la población de La Cañada vea reestablecido el suministro de luz. (Ver artículo “Nos están apagando”, en este mismo número).
Nosotros y nosotras no olvidamos la necesidad de la solidaridad. Somos conscientes de que no la podemos esperar de las instituciones y que convertirla en hechos palpables dependerá de nuestra capacidad de acción, tal y como hemos organizado con el reparto de juguetes a 40 familias del distrito.